Javier Rojo Gómez siempre externó su preocupación por los grandes problemas que aquejaban al campo en aquellos años.
De haber sido ungido en la década de los 40, como el candidato del PRI a la presidencia de la República, todos conoceríamos vida y obra de Javier Rojo Gómez.
Pero no se le hizo. El hombre que fue ejemplo de dedicación, quien fortaleció sus valores al estudiar la carrera de derecho, iniciando así un camino que lo llevó a encabezar diferentes responsabilidades de la vida pública de México, en donde mostró su gran capacidad de servicio, no logró el sueño de todos los políticos: encabezar el proyecto de nación.
Hoy Rojo Gómez nos es común porque conecta en el oriente de la Ciudad de México a Iztapalapa con Pantitlán-Agrícola.
Comencemos.
Fue un humilde peón de la hacienda de Bondojito, en Huichapan, Hidalgo, feudo de uno de los grandes empresarios de ese estado.
Además de su trabajo de pastor, el niño Javier fue responsabilizado del cuidado y seguridad de la pequeña Isabel, hija de ese poderoso terrateniente, fundador de una dinastía de gobernadores: José Lugo Guerrero, Bartolomé Vargas Lugo, Jorge Rojo Lugo, Adolfo Lugo Verduzco, Humberto Lugo Gil.
Dentro de su curriculum destacó su paso como diputado federal, senador de la República, gobernador de su estado natal; jefe del Departamento del entonces Distrito Federal, y ocupó diferentes cargos de relevancia al interior del Partido Revolucionario Institucional, desde donde impulsó diferentes reformas en favor del campo mexicano, hasta llegar a gobernar el entonces territorio de Quintana Roo, entre otros importantes cargos públicos.
Para Rojo Gómez el reparto agrario era sinónimo de justicia, así como un medio para que la nación se hiciera llegar de riqueza y desarrollo.
No ha sido fácil la vida de quienes se quedaron a un paso de obtener una candidatura a la Presidencia de México. Sobre todo cuando ésta tenía el triunfo garantizado, como ocurría en los tiempos del antiguo régimen.
La mayoría de quienes se quedaron a la orilla durante esa etapa tuvieron muchos problemas para reinsertarse en la política. Casi siempre tuvieron que esperar un sexenio para buscar acomodo y, generalmente, ni así lo encontraron.
Le pasó al exregente Javier Rojo Gómez, a quien Miguel Alemán ganó la candidatura a fines de 1945. Después de un sexenio en la banca, el presidente Adolfo Ruiz Cortines lo mandó a Japón como embajador y, posteriormente, Gustavo Díaz Ordaz lo designó gobernador del territorio de Quintana Roo, un cargo que en ese entonces era equivalente a ser enviado al Lejano Oriente.
Javier Rojo Gómez siempre externó su preocupación por los grandes problemas que aquejaban al campo en aquellos años.
Rojo Gómez fue nombrado gobernador de Quintana Roo en 1967 por el presidente Gustavo Díaz Ordaz, fue ratificado en el cargo por Luis Echeverría Álvarez al llegar a la Presidencia.
Dejó para la posteridad su mensaje que reza:
«Quintana Roo tiene derecho y obligación de figurar entre los más prósperos lugares del país, esto fácilmente se puede conseguir si logramos que este pueblo se entusiasme y tenga fe en sus más altos destinos».
Su labor gubernamental se caracterizó por su preocupación por la educación pública, habiendo fomentado la construcción de escuelas y bibliotecas populares.
En 1965 no existía Cancún, y Tulum era una maravilla oculta e inaccesible. Javier Rojo Gómez fue nombrado gobernador de Quintana Roo. Invitó a su amigo Moisés Rivera a esa aventura.
Cuando concibieron el proyecto de Cancún y Tulum, ellos no eran propietarios de un metro de esas tierras y, cuando lo dejaron, ya bien encauzado, tampoco. Jamás concibieron el ejercicio del poder público como prebenda, canonjía o patente de corso.
Rojo Gómez falleció en la Ciudad de México el 31 de diciembre de 1970, siendo gobernador.
La historia de amor de Rojo Gómez la narra Ortiz Tejeda en su columna Nosotros no somos los mismos:
Además de su trabajo de pastor, el niño Javier fue responsabilizado del cuidado y seguridad de la pequeña Isabel, hija de ese poderoso terrateniente, fundador de una dinastía de gobernadores: José Lugo Guerrero, Bartolomé Vargas Lugo, Jorge Rojo Lugo, Adolfo Lugo Verduzco, Humberto Lugo Gil.
El peoncito Javier llevaba a su pequeña amita a la escuela a donde se educaba a los hijos de los señores, y la esperaba, para regresarla a salvo.
Mientras ella tomaba sus lecciones, el callado indito, sentado en cuclillas en el quicio de la puerta o pegado como sombra al marco de la ventana, con el carrizo que usaba para abrirle camino entre arbustos y zarzales a su valiosa encomienda, repetía en la tierra los extraños signos que veía en el pizarrón y que tiempo después supo se llamaban letras y números.
Así aprendió, al parejo que la niña Isabel Lugo Guerrero, además de la castilla y los dígitos esenciales, que entre las almas como en las rosas hay semejanzas maravillosas. Su amita de la infancia siguió desempeñando esa responsabilidad hasta el año de 1970, fecha en la que falleció don Javier, con quien llevaba ya más de 50 años de casada.
Rojo Gómez falleció en la Ciudad de México el 31 de diciembre de 1970, siendo gobernador.