El ex secretario de Estado estadunidense Henry Kissinger murió este miércoles a los 100 años como máximo exponente del doble rostro de la política internacional norteamericana durante la llamada «era de la contención» de la Guerra Fría, en la que aún conserva la atención de la diplomacia mundial y comparte sus consejos de geopolítica, generando fascinación y controversia al igual que siempre.
Para unos visionario y para otros «criminal de guerra», el «sabio» de silueta encorvada pero todavía reconocible por sus gafas negras de montura gruesa, permanece activo. Kissinger combinó un esfuerzo público de normalización con los países comunistas que él mismo describió como parte del «eje de la historia» —con China y Rusia a la cabeza— y una política secreta contra la expansión de la izquierda en el hemisferio sur a costa del apoyo tácito o explícito a atroces dictaduras en Latinoamérica y el genocidio paquistaní a la cabeza.
Sus apariciones públicas se volvieron más escasas con el correr de los años pero más frecuentes en videoconferencia, como lo hizo en Davos en enero. Pero para Kissinger, que marcó con su huella la política exterior del Estados Unidos de la segunda mitad del siglo XX, su longevidad es excepcional. El exjefe de la diplomacia estadunidense participó el martes en un homenaje en el muy selecto Club Económico de Nueva York, donde apagó las velas sobre un pastel de chocolate por su centenario.
Conservaba, desde sus oficinas en Nueva York y su consultora Kissinger Associates, una relativa aura entre la élite de Washington y del extranjero, incluso entre demócratas como la exsecretaria de Estado Hillary Clinton, que un día dijo «confiar en los consejos» de su «amigo».
¿Quién fue Henry Kissinger?
Heinz Alfred Kissinger nació el 27 de mayo de 1923 en Fürth, en Baviera, Alemania. Cuando tenía 15 años se refugió en Estados Unidos con su familia, antes de naturalizarse estadunidense a los 20. Hijo de un profesor, integra el contraespionaje militar y el Ejército de Estados Unidos antes de iniciar una carrera brillante en Harvard, donde también fue maestro.
Se impuso como la cara de la diplomacia mundial cuando el republicano Richard Nixon lo llamó a la Casa Blanca en 1969 como consejero de seguridad nacional, después como secretario de Estado —los dos cargos entre 1973 y 1975— y siguió siendo el señor de la diplomacia en la presidencia de Gerald Ford hasta 1977.
Fue un actor esencial de la diplomacia mundial durante la Guerra Fría, ya que inició los acercamientos de Washington con Moscú y Beijing en los años de 1970, con una visión pragmática del mundo, la «Realpolitik», un modelo de relaciones políticas por el que las autoridades en la Casa Blanca acabaron considerando que su comprensión de lo que entendían como «realidades inapelables» no tenía más remedio que prevalecer sobre el respeto a los Derechos Humanos y al Estado de Derecho.
En 1973, Kissinger había recibido el premio Nobel de la Paz por su labor en las negociaciones para poner fin a la guerra de Vietnam. Expertos como el investigador del Instituto Watson para Asuntos Internacionales Stephen Kinzer recalcan la división de opiniones que reina hoy en día en torno a este galardón.
Pero la imagen del hombre de voz áspera y con el fuerte acento heredado de sus orígenes alemanes sigue empañada y ligada a las páginas negras de la historia de Estados Unidos, como el apoyo al golpe de Estado de 1973 en Chile o la invasión de Timor Oriental en 1975 y, por supuesto, Vietnam.
¿De qué acusaban a Henry Kissinger?
Los documentos oficiales recopilados por organizaciones no gubernamentales como el Archivo Nacional de Seguridad, con sede en la Universidad de Washington, dejan a las claras el papel de Kissinger en campañas secretas de bombardeos en Camboya, su participación en actos de espionaje ilegal del entonces presidente Richard Nixon, y su complicidad en el derrocamiento del gobierno del socialista Salvador Allende en Chile o el apoyo a la última dictadura en Argentina con Rafael Videla a la cabeza.
«La elección de Allende como presidente supone uno de los desafíos más serios a los que jamás nos hemos enfrentado en este hemisferio», manifestó Kissinger en el memorándum escrito el 5 de noviembre de 1970, antes de describir a Allende como un mandatario que tenía entre sus máximo objetivos «el establecimiento de un estado socialista y marxista», así como el desarrollo de «estrechas relaciones y vínculos con Cuba, la Unión Soviética y otros países socialistas».
Kissinger, que en el mismo texto reconoce sin ningún género de dudas la legitimidad democrática del Gobierno de Allende, acaba recomendando al presidente Nixon que «decida oponerse a Allende con tanta contundencia como sea posible», pero «enmarcando esos esfuerzos de forma que parezca que Estados Unidos está reaccionando» a cualquier decisión que adopte el presidente chileno.
Los documentos oficiales certifican también el conocimiento y la permisividad de Kissinger sobre la Operación Cóndor, la campaña de represión política y terrorismo de Estado comandada por dictadores latinoamericanos a mediados de la década de 1970. Kissinger fue informado de esta operación en agosto de 1976 por el subsecretario adjunto para Asuntos Interamericanos, Harry Shlaudeman. El 16 de septiembre, dio orden de no tomar ninguna medida al respecto. Cinco días después, agentes del dictador chileno Augusto Pinochet mataron en Washington, con un coche bomba, al ex embajador chileno y destacado opositor Orlando Letelier.
Este silencio cómplice se extendió al sur de Asia y, en particular, a uno de episodios más sangrientos de la segunda mitad del siglo XX, la campaña de exterminio liderada por el dictador militar paquistaní Yayha Jan contra la población bengalí del este del país. El gobierno de Bangladesh cifra hoy en día en 3 millones el número de muertos y una campaña de violación sistemática de entre 200 mil y 400 mil mujeres bengalíes desde marzo a diciembre de 1971.
El cónsul general en Pakistán, Archer Blood, escribió el 6 de abril de ese año un durísimo telegrama en el que instó a la Casa Blanca a denunciar inmediatamente, como aliado militar de Pakistán, lo que describe como un «genocidio». Nixon y Kissinger hicieron oídos sordos a sus súplicas. El presidente describió al general paquistaní como un «buen amigo» y aseguró comprender «la angustia de las decisiones que tenía que tomar».
«Nuestro gobierno ha fracasado a la hora de denunciar la supresión de la democracia (…) ha fracasado a la hora de denunciar atrocidades (…) y ha evidenciado lo que muchos van a entender como una bancarrota moral», escribió el cónsul.
Una investigación publicada el miércoles en el sitio web The Intercept afirma, en base a documentos de archivo del Pentágono y testimonios de sobrevivientes, que la campaña de bombardeos estadunidenses en Camboya entre 1969 y 1973, de la que Kissinger fue artífice, fue ampliamente subestimada, habiendo causado muchas más muertes civiles de lo que se admitió anteriormente.
¿Por qué el legado de Henry Kissinger siempre ha estado en duda?
Los defensores de Kissinger esgrimen que las lecciones impartidas por el ex secretario de Estado en las relaciones entre grandes poderes siguen teniendo vigencia plena y destacan el éxito de su modelo de negociaciones de alto nivel con la Unión Soviética que alcanzaron su máxima expresión con la firma en 1975 con el Acta Final de Helsinki, un documento acordado por 35 países de ambos bloques sobre un amplísimo espectro de ámbitos, desde el control armamentístico a los principios de territorialidad; el apogeo de un acercamiento bilateral que volvería a entrar en declive a principios de los años de 1980
«Algunos admiran la ‘paz con honor’ que perseguía Kissinger, otros creen que acabó prolongando la guerra al conformarse en 1973 con un acuerdo que podría haber cerrado cuatro años antes», aduce el investigador del Instituto Watson para Asuntos Internacionales Stephen Kinzer para The Boston Globe, antes de destacar otra dicotomía, esta vez de carácter más personal, que marcó la era de Kissinger: su incapacidad tanto para extender su habilidad en las negociaciones con las superpotencias a un mundo en el que países satélite adquirieron un importancia excepcional, como para asumir la emergencia de movimientos internacionales de protesta, que siempre consideró como una amenaza para la estabilidad global.
El escritor colombiano y premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez se refirió precisamente a esta cuestión en «¿Por qué Allende tenía que morir?», un artículo escrito en 1974 para The New Stateman sobre el golpe de Estado de Chile.
«Kissinger dijo en privado a un grupo de chilenos: ‘Ni me interesa ni sé nada del sur del mundo desde los Pirineos hacia abajo'», le parafraseó Márquez mientras Kinzer rescata una idea similar que Kissinger trasladó a un grupo de diplomáticos, también de Chile: «Nada bueno viene del sur. El eje de la historia comienza en Moscú, sigue en Bonn (Alemania), atraviesa Washington y acaba en Tokio. Lo que pasa en el sur no tiene ninguna importancia».
El historiador Muntassir Mamoon, de la universidad de Daca en Bangladesh, subrayó que Kissinger «apoyó activamente el genocidio» en ese país en 1971. «No veo ninguna razón para elogiar a Kissinger», afirmó al agregar que su punto de vista era compartido en varios países, entre ellos Vietnam. «La ironía es que se recuerda que hizo la paz pero se olvida todo lo que hizo para prolongar la guerra no solo en Vietnam sino en Camboya y Laos», añade la historiadora Carolyn Eisenberg, de la universidad Hofstra en Estados Unidos,
Es en ese momento cuando lanza la distensión con la Unión Soviética y el deshielo de las relaciones con la China de Mao y realiza viajes secretos para organizar la histórica visita de Nixon a Beijing en 1972. Lleva a cabo, también con máximo secreto y en paralelo a los bombardeos de Hanoi, las negociaciones con Le Duc Tho para poner término a la guerra de Vietnam.
«Para mí, no hay ninguna duda de que su política causó cientos de miles de muertes y destruyó la democracia en varios países», destacó el abogado especialista en derechos humanos Reed Kalman Brody. «Me sorprende que se saliera con la suya», opinó.
¿Qué pasó en los últimos meses con Kissinger?
Kissinger nunca se ha preocupado por la justicia; en 2004 una demanda fue desestimada. En una señal de que su visión del mundo apenas ha cambiado, el martes frente a sus invitados estimó que Estados Unidos debe defender sus «intereses vitales».
«Tenemos que ser más fuertes para resistir a cualquier presión», dijo. Incluso sobre la guerra en Ucrania, tema en el que aboga por un alto el fuego. «Llegamos a un punto en el que logramos nuestro objetivo estratégico. La tentativa militar de Rusia de absorber a Ucrania fracasó».