Hubo una Navidad en la que México le cerró las fronteras a Santa Claus. Por capitalista.
El arribo de Santa Claus a la cultura y al imaginario mexicano no es ancestral, como pudiese pensarse, pues Papá Noel llegó a tierras mexicanas hace aproximadamente 100 años.
Fue en la década de los 20, en el siglo pasado, apenas terminada la Revolución, cuando el personaje traído de la más enconada imaginación llegó para instalarse en los sueños infantiles.
Pasados algunos años, la idea de que Santa Claus obsequiara a los niños mexicanos, no le gustó al entonces presidente Pascual Ortiz Rubio, quien desde el poder emitió un decreto para sustituir los regalos de Santa Claus por los que les traerían a los pequeños el dios Quetzalcóatl.
A pesar de la aceptación que la figura de Santa adquiría año tras año, Ortiz Rubio quiso sustituirla por algo más mexicano.
Fue en diciembre de 1930 cuando dio a conocer la construcción de una pirámide en honor a Quetzalcóatl dentro del Estadio Nacional, ubicado en la colonia Roma, con la intención de adoptarlo como el representante de las fiestas decembrinas del país. Buscaba “engendrar evolutivamente en el corazón del niño, el amor por los símbolos, las divinidades y tradiciones de nuestra cultura y raza”, según dijo Carlos Trejo y Lerdo de Tejada, subsecretario de Educación Pública.
A pesar de que distintas instituciones- como la Lotería Nacional, que lanzó un sorteo de 600 mil pesos- fomentaron el mito de la serpiente emplumada, la idea nacionalista del presidente no caló hondo en los mexicanos.
Para el 23 de diciembre de ese año, en el estadio se erigió un templo azteca dedicado a Quetzalcóatl, de quien se cuenta que pudo ser un gran hombre de enorme sabiduría que fue elevado a la categoría de dios. Aunque también había árboles de Navidad con luces de colores que adornaban el terreno. También se contó con la presencia de bandas de guerra y batallones a fin de hacer una fiesta más patriota. Hubo danzas aztecas, así como sacerdotisas, tehuanas y otros grupos indígenas.
La primera dama y el hombre que representó al dios mesoamericano -al que los aztecas lo consideraban como la deidad encargada del aprendizaje-repartieron juguetes y dulces entre los niños de escasos recursos que se encontraban en el recinto.
La fiesta creó controversia entre la sociedad. Unos estaban de acuerdo en fomentar el nacionalismo y otros más sintieron ofendidas sus creencias religiosas, ya que pensaban que también se pretendía sustituir las celebración del nacimiento de Jesús de Nazareth.
Incluso, alguna parte de la población se veía atemorizada por la figura de una serpiente emplumada. Por ello, la Secretaría de Educación aseguró que se le representaría como un hombre barbudo y rubio, con cierto parecido a Papá Noel.
Durante las décadas de 1920 y 1930 existió un importante flujo de personas en la frontera norte del país, por lo cual no era extraño que se mezclaran ideas culturales de ambos países. Gracias a esto es que Santa Claus fue tomando más fuerza año tras año.
Al paso de los años, los mexicanos se decidieron por el hombre que ‘vive’ en el Polo Norte en lugar de un dios de la cultura de México, el cual intentó quedarse por decreto presidencial.
Nadie le pone un calcetín y todos sus deseos de niño bien portado a Quetzalcóatl. ¿O sí?