Magia, aventura, misterio, juego y belleza; pero también envidia, celos, violencia y guerra. Estos sentimientos se mezclan de manera sutil en la historia que inspira el ballet El Cascanueces que, con música del ruso Piotr Ilich Chaikovsky, arrancó anoche su temporada de diez funciones en el Auditorio Nacional.
Interpretado por la Compañía Nacional de Danza (CND) y con la música en vivo ejecutada por la Orquesta del Teatro de Bellas Artes, dirigida por la española Julia Cruz, este ballet clásico de la época navideña, “una monumental producción que reúne a más de 200 artistas en escena”, se presentará hasta el 23 de diciembre en diversos horarios.
Esta versión coreográfica del cuento escrito por Ernst Theodor Amadeus Hoffmann, informa la CND, regresará para ofrecer su vigésima temporada, gracias a la cual sumará 208 presentaciones desde 2001.
Ayer, en la denominada Función Cero, antes del arranque de la temporada 2023, el público atiborró el Auditorio Nacional y se dejó llevar de lleno por la historia: los niños gritaban sorprendidos, aplaudían, gritaban cuando escuchaban los disparos del ejército del Rey de los Ratones y festejaban cada baile.
Todo comienza en casa de la familia Stahlbaum, en Nochebuena. La fiesta navideña está en todo su esplendor: niños y adultos juegan, bailan y se diverten. De pronto, llega el relojero, juguetero y mago Drosselmeyer; y entre los regalos que trae destaca un cascanueces de madera.
Clara, la hija de los Stahlbaum, recibe el cascanueces de regalo y su hermano Fritz, celoso, lo rompe. El mago lo repara y, a la medianoche, todos los juguetes navideños cobran vida. El Cascanueces pelea contra el Rey de los Ratones y, finalmente, se convierte en un príncipe y se lleva a la niña a conocer la Tierra de la Nieve y el Reino de los Dulces.
En este último lugar los recibe el Hada de Azúcar, quien les ofrece una fiesta en la que disfrutan de una danza española, una árabe, una rusa, una china y un vals bailado por flores. Después de la fiesta, Clara se despierta y se da cuenta que todo fue un sueño.
Creo que es un elogio a las distintas tradiciones dancísticas y una invitación a respetar las culturas de todos los continentes. Siento que el mensaje es que si buscamos la felicidad a través del arte, la vamos a encontrar”, comentó Mariana Santibáñez al final de la función, una estudiante de preparatoria que vio el ballet por primera vez.
La versión original de El Cascanueces, con coreografía de Marius Petipa y Lev Ivánov, se estrenó mundialmente el 18 de diciembre de 1892 en el Teatro Mariinsky de San Petersburgo, Rusia.
Y, según la compañía, el 2 de diciembre de 1980 se presentó por primera vez en el Palacio de Bellas Artes, arribando al Auditorio Nacional en 2001. Pero, en 2017, la producción de este cuento navideño fue totalmente renovada con las dimensiones del gran escenario.
La coreografía, que ha sido retomada por diversas compañías de ballet, está basada en el cuento de Hoffman titulado El Cascanueces y el Rey de los ratones, publicado en 1816 y adaptado en múltiples versiones para celebrar la Navidad alrededor del mundo.
Entre los personajes fantásticos de la obra –soldados, ratones, bombones y angelitos–, uno de los más aclamados por su estética y grado de dificultad técnica e interpretativa es el Hada de Azúcar, que en esta ocasión será encarnada por la Primera bailarina de la CND, Blanca Ríos, quien se despide de dicho rol en esta temporada y en 2024 dirá adiós a los escenarios.
Es mi personaje favorito, pues es alegre, amable y se ve que su vida es la danza. Ella organiza los bailes de distintos países con el único objetivo de que sus invitados disfruten de este arte, sin prisas, que para ella hace olvidar la guerra”, explicó Sara Amezcua, una doctora que cada año lleva a sus dos hijos de cinco y seis años a ver esta pieza.
El equipo de realizadores de El Cascanueces reunió a Sergio Villegas, en la escenografía, María y Tolita Figueroa en el vestuario y Laura Rode en la iluminación.