Durante el segundo día de audiencias de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (TRC) para investigar los crímenes cometidos durante el apartheid en 1996, Desmond Tutu escondió la cabeza entre sus manos y rompió a llorar.
Frente a él se encontró a Singqokwana Ernest Malgas, en silla de ruedas, un antiguo preso político de la famosa cárcel de Robben Island.
Ante la comisión presidida por el arzobispo Tutu, contó las torturas sufridas a manos de la policía: fue colgado por los pies, con la cabeza en una bolsa, con el cuerpo suspendido.
Por primera, y única vez, en su larga carrera pública, Tutu se hundió frente a las cámaras.
No era justo», dijo más tarde.
Los medios se centraron en mí en lugar de centrarse en los sujetos legítimos».
Entre 1996 y 1998, las sesiones de la comisión sacudieron a todo el país. Los sudafricanos siguieron por televisión todos los domingos los resúmenes semanales, en ocasiones difíciles de soportar.
Muchos telespectadores descubrieron el horror y la brutalidad del régimen racista blanco, al que puso fin la elección presidencial de Nelson Mandela en 1994.
Durante dos años, militantes negros, funcionarios de la seguridad del régimen, torturadores, víctimas y familiares de desaparecidos pasaron ante la Comisión.
- «Bálsamo para que curen» –
El «presidente» Tutu escribió más tarde en su voluminoso informe de siete tomos que quiso hacer de la Comisión un «espacio donde las víctimas pudieran compartir la historia de su trauma con el país».
La idea en sí del TRC fue revolucionaria. Los verdugos y dirigentes que lo desearan pudieron confesar sus crímenes a cambio de la amnistía. Pero con una condición: Tutu insistió en que solo se daría la reconciliación y el perdón cuando hubiera una revelación plena de los hechos.
Al contrario de los juicios del régimen nazi, los del apartheid no tuvieron como objetivo «juzgar la moralidad de los actos cometidos, sino ser como una cámara de incubación para la sanación nacional, la reconciliación y el perdón», explicó Desmond Tutu.
Se trató de una píldora difícil de tragar para muchos observadores y víctimas. Pero Tutu rechazó que la justicia fuera «por naturaleza venganza y castigo».
Él defendió «una justicia que no se interesa tanto en castigar como en corregir los desequilibrios y restablecer las relaciones rotas».
Sea cual sea la experiencia dolorosa, las heridas del pasado no deben supurar», insistió. «Deben abrirse. Limpiarse. Hay que darle bálsamo para que curen».
Sin embargo, su visión no fue compartida por todos. «Algunos consideraban que la amnistía era muy barata», señaló uno de los comisarios de la TRC, Dumisa Ntsebeza, próximo a Tutu. «¿Por qué barata? Solo porque nadie iba a prisión», explicó este abogado ante la AFP en 2015.
- «Trágico fracaso» –
Pero su visión de que el país saldría mejor de las sesiones de psicoanálisis colectivo de la Comisión tuvo sus límites.
Después de que Tutu publicó su informe, el gobierno apenas siguió sus recomendaciones.
No se llevó ante la justicia a aquellos oficiales o dirigentes que no participaron de la Comisión.
Y las autoridades nunca impulsaron la propuesta de un impuesto para los ricos, una forma de reducir las abismales desigualdades creadas por el apartheid que 30 años después siguen minando la sociedad sudafricana.
Desmond Tutu no se quedó corto en reproches. «La manera en cómo gestionamos la verdad una vez dicha define el éxito del proceso. Ahí tuvimos un trágico fracaso», confesó con tristeza en 2014.
Sin embargo, sus colaboradores son menos duros con la labor de la Comisión. «Está inacabada», reconoció Dumisa Ntsebeza. «Pero me pregunto si podríamos imaginar Sudáfrica sin ella», concluyó.