Entre cientos de migrantes que avanzan en caravana por México con el sueño de llegar a Estados Unidos, Elsa implora al presidente Joe Biden que le dé refugio para proteger a su familia de las pandillas hondureñas.
¡Nos tiene que echar la mano a nosotros que en verdad estamos necesitados! Si tuviéramos dinero, no fuéramos aquí», dice Elsa junto a su niña de ocho años y otras 800 personas, la mayoría centroamericanos, en una carretera del estado de Oaxaca (sureste).
En Honduras se quedó su hija mayor, que acaba de dar a luz y «no tuvo valor de tomar camino por amenazas» de pandilleros, cuenta a la AFP la mujer de 35 años, extremadamente delgada.
Tras recorrer 500 km desde el 23 de octubre, cuando la caravana salió de Tapachula (Chiapas, sur), Elsa Pineda y su hija sienten desfallecer. Pero siguen adelante para escapar de la pobreza y la violencia.
Destinatario de su ruego, Biden recibirá el jueves al presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, y al primer ministro canadiense, Justin Trudeau, para dialogar sobre la pandemia y migración, una papa caliente para el demócrata que llegó a la Casa Blanca prometiendo un trato más humano a los indocumentados.
Su consigna provocó un «efecto llamada». Entre octubre de 2020 y septiembre pasado, Estados Unidos registró 1.7 millones de personas ingresando ilegalmente desde México, el mayor registro histórico.
Destino incierto
Elsa y su hija pasaron la noche amontonadas con otros migrantes en el piso de cemento de una cancha de básquet de Donají, empobrecido poblado del municipio Matías Romero, cubiertas con plásticos y mantas desgastadas.
Les restan cientos de kilómetros, bien hasta Ciudad de México como planearon inicialmente los líderes de la marcha para exigir celeridad en los trámites de regularización, o hasta Sonora (frontera con Estados Unidos), como proponen otros migrantes. El destino es incierto.
Mi niña se ha enfermado, a veces no ha tenido fuerzas de caminar, he estado a punto de regresarme, pero al mismo tiempo digo a qué voy a regresar a mi país, tengo mucho peligro allá», relata la madre, tras denunciar que agentes migratorios retuvieron a su hijo de 15 años.
Con tos y doloridos, los migrantes inician el día vendándose los pies o preparando las carriolas en las que empujarán a sus niños, a veces bajo altas temperaturas. En esta jornada cubrirán 13 km.
Tras recibir unas galletas donadas por pobladores, Elsa afirma que su meta es trabajar en Estados Unidos, «en cualquier cosa», para mandarle dinero a su hija.
Pero si no lo logra, pide a López Obrador que regularice su estancia en México porque -asegura- cualquier opción es mejor que volver a Honduras.
«Nos vamos a meter como sea»
México se ha convertido en una suerte de muro para los migrantes. En agosto las autoridades disolvieron varias caravanas en Tapachula, donde los extranjeros se agolpan a la espera de documentos para atravesar el país rumbo a Estados Unidos.
Más de 190,000 indocumentados han sido detectados por autoridades mexicanas entre enero y septiembre, tres veces más que en 2020. Unos 74,300 han sido deportados.
La caravana enfrenta la orden oficial de no permitir la circulación de vehículos que lleven migrantes para adelantarlos en el camino.
No tienen que ser así, porque somos humanos (…) no deben hacer eso de parar el tráfico donde nosotros podemos viajar más ligeros», se queja Víctor Durán, albañil de 66 años, que salió «huyendo» de Honduras junto con su hija y cuatro nietos por no poder pagar las extorsiones de pandillas.
El 31 de octubre, guardias nacionales dieron muerte a dos cubanos luego de que, según el parte oficial, el vehículo que los transportaba ignoró una orden de detenerse y embistió a los uniformados. Formaban parte de la caravana, según los organizadores, pero las autoridades sospechan que iban con traficantes de personas.
Ordena presentar a los agentes ante la justicia
Irineo Mujica, mexicano organizador de esta y otras caravanas en el pasado, acusa al gobierno izquierdista de tratar a los migrantes como «animales». La semana pasada, el embajador estadounidense en México, Ken Salazar, señaló a los líderes de estar haciendo dinero para traficantes y criminales, aunque no existen cargos contra ellos.
En los puntos de control, los agentes migratorios ofrecen a los extranjeros tarjetas de residencia por un año. Algunos aceptan, al punto que por ello y el cansancio la caravana se ha reducido considerablemente. Otros las rechazan gritando al unísono «son mentiras».
Víctor también pide a Biden que lo deje entrar, porque «sea como sea nos vamos a meter».
Que lo haga por los niños, porque si nosotros vamos (a Estados Unidos) no es por hacernos ricos», apunta la hondureña Berta Caballero, de 38 años, quien viaja con su pareja y cinco hijos, ya agotados.
Les digo que algún día vamos a alcanzar lo que deseamos», especialmente educación, «porque el de nueve años a duras penas puede deletrear una palabra», dice.